lunes, 16 de junio de 2014

Joseph Cornell



Cornell pasó la mayor parte de su vida en una casa de madera en Queens, New York, con su madre y su hermano discapacitado, Robert. Desde allí, este artista solitario, hacía excursiones de descubrimiento, cual trapero, rebuscando reliquias del pasado en los chamarileros y los mercadillos de New York. Para Cornell, esos objetos eran estratos de memoria reprimida, un revoltijo de elementos esperando a ser ensamblados unos a otros.
En el estudio, ordena sus hallazgos en sus excéntricas categorías: “Arañas”, “lunas”etc y las archiva junto con cajas de sus propios recuerdos.
Con todo esto el monta sus famosas cajas.
Juguetea con ellas durante años. Su objeto “Rosa de los vientos” lo comienza en 1942 y no lo termina hasta 1953. Está lleno de emblemas de los viajes que Cornell nunca hará: Una caja pequeña de olas momificadas y costas exóticas, penínsulas, planetas y otras cosas puestas en compartimentos, con un panel abatible que contiene 21 brújulas, cada una con su aguja apuntando en una dirección diferente a la de su vecina.  Incluso el mapa de la tapa, cortado de una carta de navegación alemana del siglo XIX, muestra una costa muy remota: la de la Gran Bahía Autraliana.
En sus comienzos, en los años 30, se acerca al Surrealismo. Cornell estuvo muy influenciado por los collages de grabados de acero victoriano de la serie “La mujer 100 cabezas” de Max Ernst. Aunque esta imaginería es típica del surrealismo Cornell distinguía entre lo que él llamaba el lado de magia blanca de Max Ernst del surrealismo y sus otros aspectos más oscuros y violentos. Cornell adoptó lo primero pero no lo segundo. Él no compartió las fantasías revolucionarias de los Surrealistas o sus obsesiones eróticas. La imaginería de Cornell tiene que ver con la infancia. La mayor violencia que se permitía era resquebrajar el panel de vidrio que protegía los contenidos de la caja. Ese cristal, la “cuarta pared” de su teatro en miniatura, es también el diafragma entre dos mundos opuestos. Fuera, caos, accidente y libido, los objetos de la vida desguarnecida. Dentro, sublimación, memoria y paz, uno de cuyos emblemas principales fue el pájaro enjaulado, el residente inocente del Hotel Eden (1045).

Cornell pasó la mayor parte de su vida en una casa de madera en Queens, New York, con su madre y su hermano discapacitado, Robert. Desde allí, este artista solitario, hacía excursiones de descubrimiento, cual trapero, rebuscando reliquias del pasado en los chamarileros y los mercadillos de New York. Para Cornell, esos objetos eran estratos de memoria reprimida, un revoltijo de elementos esperando a ser ensamblados unos a otros.
En el estudio, ordena sus hallazgos en sus excéntricas categorías: “Arañas”, “lunas”etc y las archiva junto con cajas de sus propios recuerdos.
Con todo esto el monta sus famosas cajas.
Juguetea con ellas durante años. Su objeto “Rosa de los vientos” lo comienza en 1942 y no lo termina hasta 1953. Está lleno de emblemas de los viajes que Cornell nunca hará: Una caja pequeña de olas momificadas y costas exóticas, penínsulas, planetas y otras cosas puestas en compartimentos, con un panel abatible que contiene 21 brújulas, cada una con su aguja apuntando en una dirección diferente a la de su vecina.  Incluso el mapa de la tapa, cortado de una carta de navegación alemana del siglo XIX, muestra una costa muy remota: la de la Gran Bahía Autraliana.
En sus comienzos, en los años 30, se acerca al Surrealismo. Cornell estuvo muy influenciado por los collages de grabados de acero victoriano de la serie “La mujer 100 cabezas” de Max Ernst. Aunque esta imaginería es típica del surrealismo Cornell distinguía entre lo que él llamaba el lado de magia blanca de Max Ernst del surrealismo y sus otros aspectos más oscuros y violentos. Cornell adoptó lo primero pero no lo segundo. Él no compartió las fantasías revolucionarias de los Surrealistas o sus obsesiones eróticas. La imaginería de Cornell tiene que ver con la infancia. La mayor violencia que se permitía era resquebrajar el panel de vidrio que protegía los contenidos de la caja. Ese cristal, la “cuarta pared” de su teatro en miniatura, es también el diafragma entre dos mundos opuestos. Fuera, caos, accidente y libido, los objetos de la vida desguarnecida. Dentro, sublimación, memoria y paz, uno de cuyos emblemas principales fue el pájaro enjaulado, el residente inocente del Hotel Eden (1045).

Cornell pasó la mayor parte de su vida en una casa de madera en Queens, New York, con su madre y su hermano discapacitado, Robert. Desde allí, este artista solitario, hacía excursiones de descubrimiento, cual trapero, rebuscando reliquias del pasado en los chamarileros y los mercadillos de New York. Para Cornell, esos objetos eran estratos de memoria reprimida, un revoltijo de elementos esperando a ser ensamblados unos a otros.
En el estudio, ordena sus hallazgos en sus excéntricas categorías: “Arañas”, “lunas”etc y las archiva junto con cajas de sus propios recuerdos.
Con todo esto el monta sus famosas cajas.
Juguetea con ellas durante años. Su objeto “Rosa de los vientos” lo comienza en 1942 y no lo termina hasta 1953. Está lleno de emblemas de los viajes que Cornell nunca hará: Una caja pequeña de olas momificadas y costas exóticas, penínsulas, planetas y otras cosas puestas en compartimentos, con un panel abatible que contiene 21 brújulas, cada una con su aguja apuntando en una dirección diferente a la de su vecina.  Incluso el mapa de la tapa, cortado de una carta de navegación alemana del siglo XIX, muestra una costa muy remota: la de la Gran Bahía Autraliana.
En sus comienzos, en los años 30, se acerca al Surrealismo. Cornell estuvo muy influenciado por los collages de grabados de acero victoriano de la serie “La mujer 100 cabezas” de Max Ernst. Aunque esta imaginería es típica del surrealismo Cornell distinguía entre lo que él llamaba el lado de magia blanca de Max Ernst del surrealismo y sus otros aspectos más oscuros y violentos. Cornell adoptó lo primero pero no lo segundo. Él no compartió las fantasías revolucionarias de los Surrealistas o sus obsesiones eróticas. La imaginería de Cornell tiene que ver con la infancia. La mayor violencia que se permitía era resquebrajar el panel de vidrio que protegía los contenidos de la caja. Ese cristal, la “cuarta pared” de su teatro en miniatura, es también el diafragma entre dos mundos opuestos. Fuera, caos, accidente y libido, los objetos de la vida desguarnecida. Dentro, sublimación, memoria y paz, uno de cuyos emblemas principales fue el pájaro enjaulado, el residente inocente del Hotel Eden (1045).

Joseph Cornell (Nueva York, 1903-1972) artista y escultor norteamericano, pionero del arte de assemblage (montaje), cineasta experimental, considerado como el primero de los surrealistas norteamericanos. 

Cornell pasó la mayor parte de su vida en una casa de madera en Queens, New York, con su madre y su hermano discapacitado, Robert. Desde allí, este artista solitario, hacía excursiones de descubrimiento, cual trapero, rebuscando reliquias del pasado en los chamarileros y los mercadillos de New York. Para Cornell, esos objetos eran estratos de memoria reprimida, un revoltijo de elementos esperando a ser ensamblados unos a otros.
En el estudio, ordena sus hallazgos en sus excéntricas categorías: “Arañas”, “lunas”etc y las archiva junto con cajas de sus propios recuerdos.
Con todo esto el monta sus famosas cajas.
Juguetea con ellas durante años. Su objeto “Rosa de los vientos” lo comienza en 1942 y no lo termina hasta 1953. Está lleno de emblemas de los viajes que Cornell nunca hará: Una caja pequeña de olas momificadas y costas exóticas, penínsulas, planetas y otras cosas puestas en compartimentos, con un panel abatible que contiene 21 brújulas, cada una con su aguja apuntando en una dirección diferente a la de su vecina.  Incluso el mapa de la tapa, cortado de una carta de navegación alemana del siglo XIX, muestra una costa muy remota: la de la Gran Bahía Autraliana.
En sus comienzos, en los años 30, se acerca al Surrealismo. Cornell estuvo muy influenciado por los collages de grabados de acero victoriano de la serie “La mujer 100 cabezas” de Max Ernst.

Aunque esta imaginería es típica del surrealismo Cornell distinguía entre lo que él llamaba el lado de magia blanca de Max Ernst del surrealismo y sus otros aspectos más oscuros y violentos. Cornell adoptó lo primero pero no lo segundo. Él no compartió las fantasías revolucionarias de los Surrealistas o sus obsesiones eróticas. La imaginería de Cornell tiene que ver con la infancia. La mayor violencia que se permitía era resquebrajar el panel de vidrio que protegía los contenidos de la caja. Ese cristal, la “cuarta pared” de su teatro en miniatura, es también el diafragma entre dos mundos opuestos. Fuera, caos, accidente y libido, los objetos de la vida desguarnecida. Dentro, sublimación, memoria y paz, uno de cuyos emblemas principales fue el pájaro enjaulado, el residente inocente del Hotel Eden (1045).
Joseph Cornell es otro de esos artistas traperos, “coleccionistas de lo extraño, de la basura, de lo inútil”, un artista de los objetos hallados. Sus cajas son poemas visuales.
Cornell ha sido alabado internacionalmente por sus cajas, sus collages y sus películas desde los años 30. Su investigación sobre lugares y tradiciones remotos y su elegante integración del trabajo en madera, la pintura, el dibujo etc define la poesía visual asociada a su trabajo. Él alteró para siempre el concepto de caja convirtiéndolo en una nueva forma de arte.






No hay comentarios: